En numerosos relatos clínicos se reconoce una sensación compartida: estar desbordado por lo externo y deshabitado por dentro. Esta vivencia se vincula con la imposibilidad de detenerse, de registrar el impacto emocional de las experiencias y de procesar aquello que no fue expresado en su momento. La consecuencia es un funcionamiento mecánico, donde las emociones no desaparecen, sino que se acumulan en zonas internas hasta volverse síntomas.
Metafóricamente, puede pensarse el mundo interno como un jardín que, al no ser cuidado, comienza a llenarse de maleza. Las emociones no atendidas crecen de forma desordenada, los pensamientos se enredan como ramas secas y el silencio necesario para escuchar lo profundo queda cubierto por el ruido del hacer constante. Cuidar ese jardín implica recuperar el tiempo de la pausa, del registro y del cuidado emocional intencionado.
Estrategias para el cultivo del bienestar emocional
El bienestar psicológico no es el resultado de evitar el malestar, sino de aprender a transitarlo con recursos internos más sólidos. A continuación, se presentan algunos enfoques diseñados por la Lic. Ingrid Ávila que pueden favorecer ese proceso: la pausa activa, en la que sea posible conectar y estar presente, sentir el cuerpo, dar lugar a las actividades de disfrute y conexión con otros. Evitar correr al ritmo de la productividad y funcionalidad.
Registro emocional cotidiano: habilitar el espacio para sentir
El desarrollo del bienestar emocional comienza por habilitar el permiso de sentir. Esto implica poder nombrar con claridad lo que ocurre internamente. A veces, el malestar no es más que una emoción no identificada, pidiendo ser escuchada.
Para ello, se sugiere incorporar breves momentos diarios de registro emocional. Una práctica útil consiste en detenerse por unos minutos y responder internamente a preguntas como "¿qué se está sintiendo ahora?", "¿dónde se siente eso en el cuerpo?" y "¿qué mensaje trae esa emoción?".
Este ejercicio permite reconectar con el estado interno sin necesidad de explicaciones racionales, devolviendo validez a la experiencia emocional.
Autocompasión: cultivar una mirada amable hacia lo propio
En muchos casos, el sufrimiento no proviene solo de la emoción misma, sino del juicio con que esta es observada. La autocompasión implica el desarrollo de una postura interna menos crítica y más comprensiva, especialmente ante el error, la frustración o la vulnerabilidad.
Conexión cuerpo-emoción: salir de la mente para volver al sentir
Las emociones no habitan solo en los pensamientos, sino que también se alojan en el cuerpo. A través del cuerpo, muchas veces se expresa lo que no se logra verbalizar. La conexión con las sensaciones físicas permite una vía directa para decodificar lo emocional.
Un recurso sugerido para lograr este objetivo es incluir prácticas corporales suaves y conscientes (como estiramientos, caminatas lentas, respiración profunda o movimientos libres) que favorezcan el registro de lo que se siente en el cuerpo. Escuchar qué partes están tensas, qué zonas se sienten cargadas o qué movimientos se vuelven necesarios puede facilitar una mayor integración emocional.
La importancia de conectar con la emocionalidad propia
En tiempos donde lo urgente eclipsa lo importante, recuperar la conexión con la propia emocionalidad es un acto de resistencia subjetiva. Implica recordar que sentir no es un obstáculo, sino una vía de acceso a lo humano; que la sensibilidad no es una debilidad, sino un modo profundo de estar en el mundo.
El bienestar emocional no se construye en grandes momentos, sino en los pequeños gestos cotidianos que devuelven al mundo interno el lugar que le corresponde. Escucharse, contenerse y registrarse son formas concretas de cuidado que, como semillas invisibles, germinan con el tiempo. Porque el bienestar no siempre es ruidoso: a veces se parece al silencio que finalmente se vuelve habitable.






