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Una universidad que quiere crear un Silicon Valley en Japón

Japón es un país famoso por su tecnología puntera, pero no existe como tal una especie de Silicon Valley que concentre la industria. La Universidad de Okinawa, situada en la isla turística del mismo nombre, […]

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Japón es un país famoso por su tecnología puntera, pero no existe como tal una especie de Silicon Valley que concentre la industria. La Universidad de Okinawa, situada en la isla turística del mismo nombre, quiere convertirse en uno y servir como centro de innovación para la economía del país.

En el sur de Japón, rodeado de palmeras, arena y mar, se lleva a cabo un experimento único para renovar tecnológicamente un país necesitado de impulsos económicos. Lejos de Tokio, el centro burocrático y del poder, una joven universidad se dedica a la investigación básica con científicos de todo el mundo para sacar del estancamiento económico al país mediante investigación de élite.

«Aún somos un pequeño retoño», asegura el alemán Peter Gruss, presidente durante muchos años de la Sociedad Max Planck y ahora responsable del Okinawa Institute of Science and Technology (OIST), creado hace cinco años. Gruss quiere que algún día esta lejana universidad se convierta en algo similar a lo que hoy es la británica Cambridge: un centro mundial de innovación. «Podemos ayudar a abrir el sistema científico japonés», dice.

Los medios para conseguirlo están disponibles. El Gobierno ha invertido hasta ahora unos 1.500 millones de dólares para la creación del OIST, y casi todo su presupuesto sigue saliendo de los impuestos. La meta es que este centro para graduados universitarios se interne por nuevos caminos y brinde soluciones a los problemas de un sector científico muy jerárquico en Japón. Los doctorandos trabajan en el OIST de forma independiente e interdisciplinar, en vez de como soldados de sus profesores.

También se buscar abrir la ciencia en otros sentidos. De los 60 profesores y más de 100 estudiantes, el 60 por ciento son extranjeros. A modo de comparación, en la universidad japonesa de élite de Todai, en Tokio, son en torno a un diez por ciento.

Gruss quiere duplicar el número de profesores y alumnos en los próximos cinco años. «Y hemos podido reclutar a científicos número uno a nivel internacional», añade este biólogo celular.

«Aquí tenemos un apoyo financiero óptimo», dice el neurobiólogo Bernd Kuhn, uno de los primeros científicos en llegar al OIST. Sus investigaciones se centran en medir las señalas cerebrales en ratones, mientras otro colega trabaja a su lado con robots. Kuhn elogia, además de la cuestión financiera, el enfoque interdisciplinar del instituto. Los físicos, químicos, biólogos, matemáticos o neurocientíficos trabajan aquí puerta con puerta. «Esto es muy difícil en las estructuras estancadas», dice.

En el grupo que dirige el instituto hay varios premios Nobel. Gruss querría tener más estudiantes japoneses, pero para los jóvenes de este país es difícil salir de las estructuras tradicionales y tomar un enfoque internacional. Lo decisivo será poder crear un entorno innovador dinámico alrededeor del OIST, subraya.

Sólo el futuro dirá si el OIST podrá seguir en el futuro el ejemplo de Cambridge y convertirse en un centro de innovación, o si se queda en un experimento.

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