En las ultimas décadas, Europa ha sufrido graves inundaciones causadas por los desbordamientos de los cauces fluviales, y los períodos de sequía y escasas precipitaciones se han simultaneado con lluvias torrenciales y tormentas que cada vez van a ser más agudas. En lo que llevamos del siglo XXI se han producido daños muy importantes en individuos, propiedades, infraestructuras, terrenos agrícolas y en el medio ambiente.
Los últimos informes del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de Naciones Unidas (IPCC, por sus siglas en inglés), vienen a decir que el calentamiento global del planeta no es solo una de las manifestaciones del cambio climático con el aumento constante de las temperaturas, sino que debido a ello lleva aparejada un incremento de la intensidad y frecuencias de fenómenos meteorológicos extremos que ya se están dando, y en el que es obligado referirse a episodios de lluvias torrenciales, tormentas extremas, borrascas e inundaciones.
La última de ellas a nivel de precipitaciones muy virulentas ha sido la borrasca Boris que inundó buena parte de Centroeuropa a mediados de septiembre y ocasionó 24 muertes por ahora, presas desbordadas, fuertes inundaciones y cerca de unos dos millones de personas afectadas.
Un estudio de atribución realizado por el grupo cientifico World Weather Attribution viene a decir que el cambio climático duplicó la probabilidad e intensificó las fuertes lluvias que provocaron esas devastadoras inundaciones en Europa central.
En lo que respecta a Navarra, cabe reseñar, aunque no con los efectos tan catastróficos de la borrasca Boris, las fuertes tormentas del pasado fin de semana 21 y 22 de septiembre que causaron desbordamientos de ríos y cortes de carretera en nuestra comunidad, que ocasionaron inundaciones en Auza tras una gran crecida del río Ultzama, y la Autovía de Sakana que estuvo cortada en sentido Pamplona por inundaciones, además de acumulaciones de agua muy grandes en distintas localidades.
Pero también conviene recordar que la magnitud y los efectos de las inundaciones y lluvias torrenciales no solo dependen de aspectos meteorológicos agravados por el cambio climático, sino que tienen también mucho que ver con las características propias del terreno, como son los tipos y usos del suelo, el tipo y la distribución de la vegetación,, las características de la red de drenaje, la magnitud de las pendientes de la cuenca, la cobertura forestal, obras realizadas en los cauces, la gestión urbanística y un sinfín de cuestiones más.
De esta manera, no en pocos lugares, se ha ocupado y alterado el espacio fluvial, se han transformado los cursos fluviales, se ha eliminado la vegetación de ribera, se han “limpiado” y canalizado los ríos, se han ocupado las zonas inundables por edificaciones de todo tipo y se han cometido muchos desmanes más, además de “culpar” al río de las inundaciones y desbordamientos, y arbitrar soluciones “falsas” y medidas contraproducentes que solo sirven para gastar dinero.
Por otra parte, las ciudades y municipios son cada vez más vulnerables ante el aumento de las tormentas intensas, ya que sus superficies están selladas debido al exceso de urbanización que lleva a un aumento de las áreas urbanas afectadas por las inundaciones. Se echa de menos, aunque cada vez se habla más de ello, unos Sistemas Urbanos de Drenaje, como pavimentos permeables, jardines de lluvia y sumideros filtrantes que puedan captar las aguas pluviales para evitar la escorrentía, que es esa agua de lluvia que no absorbe el terreno y forma esos ríos en las calzadas que arrastran de todo, incluidas personas, como hemos podido ver en otras zonas de Europa, y cada vez con mayor frecuencia en distintas localidades de la península Ibérica.
Puede quizá resultar relativamente sencillo entender por qué se inundan una y otra vez las mismas localidades cada vez que se produce una gran tormenta, pero lo que es más difícil, a la vista de los desaguisados cometidos, encontrar una solución que prevenga los destrozos que provoca el agua, aunque algunas de ellas están ahí. Otra cuestión es romper inercias y acabar con las soluciones clásicas que ya no funcionan.
Entre estas soluciones muy interesantes y positivas, cabe citar el proceso de esponjamiento de la tierra y de cómo el desarrollo urbanístico debe planificarse en conjunto con elementos naturales que ayudan a la absorción del agua. En multitud de ocasiones se han hecho canalizaciones y no se han respetado las llanuras de inundación, esas zonas donde los ríos pueden expandirse de forma natural y evitar que se produzcan inundaciones.
Hace ya mucho tiempo el filosofo griego 600 (a.C) Tales de Mileto dijo que “por vanidad el hombre complica la vida, pero el camino más fácil es el conforme con la naturaleza”. Esta reflexión nos debería inducir a conocer mejor el comportamiento de la naturaleza, sus ciclos, su devenir y las normas de comportamiento.
Otra cuestión muy importante a tener en cuenta es la adaptación, palabra casi “mágica” en la situación de emergencia climática en que vivimos, y aquí hay que hacer especial mención a los planes de emergencia y también a la necesidad de mejora en todos los sentidos en la percepción del riesgo de la sociedad. En este sentido un mejor conocimiento y sensibilización mejoraría la percepción del riesgo y el empoderamiento individual y social. Enseñar a las personas como comportarse en caso de inundación y evitar situaciones de riesgo, que cada vez van a ser mayores, hará que una primera cuestión fundamental y básica es que no haya víctimas. Ese debe ser el objetivo más importante. Cada víctima deberíamos considerarla un fracaso colectivo.
Julen Rekondo, experto en temas ambientales y Premio nacional de Medio Ambiente